lunes, 11 de agosto de 2008

buenos aires

ya estoy en buenos aires. ash, que aburrido.

lunes, 3 de diciembre de 2007

No hay mal que por bien no venga

Las cosas salen mal... pero de pronto (a saber si por iniciativa o por suerte) cambian y vuelven a salir bien... Es la ley de los transformer.

domingo, 2 de diciembre de 2007

más sobre estética

entonces, ¿se podría coincidir con Platón diciendo que sí existe algo que es bello en sí mismo bajo la idea aristotélica de que lo bello expresamente es aquello pensado para proporcionar conocimiento dada la naturaleza curiosa del hombre, y que lo bello en sí ess justamente lo bello expresamente creado para se bello bajo estos términos?

sábado, 24 de noviembre de 2007

maraña

Comienza cuando empiezas a sospechar que comienzas a querer (¿cómo?) a alguien, y se complica cuando no sabes siquiera si quieres (mucho menos si debes) tomar por ciertas tus sospechas... Luego, entra a escena alguien quien sin conocerte cree que quisiera llegar a ser... ¿tu pareja?, caso en el cual estás en total desacuerdo, pero el asunto es que tú necesitas quién te quiera y está a la mano... sólo que eso no lo quieres (como siempre) y lo que quieres no sabes siquiera si lo quieres. Y después estás tú. A quien quise pero decidí que no podía quererte... pero aún te quiero sólo que, otra vez no sé cómo.



Y esta maldita nostalgia...

DIECISÉIS DE JULIO

…y La Virgen entró a la iglesia. Detrás de ella, una multitud sonriente, cantante, gozosa y casi histérica inundó el templo, arremolinándose en cada recoveco de la estrecha nave para poder observar mejor el fruto (¡por fin!) de todos sus esfuerzos. Detrás de ellos entró Antonio.

Era el decimosexto día del mes Carmelitano cuando Don Ambrosio salió apresuradamente de su taller ubicado en la calle de 5 de mayo en el mero centro de Tetelcingo. Tropezó con su única totola y cayó de bruces, sin embargo y casi sin notar el leve goteo cálido y pegajoso que escurría sobre su cuello se dirigió hacia la casa de Doña Carmen, la mayordoma. Al llegar tocó insistentemente y cuál fue la sorpresa que se llevó Doña Carmelita al ver aparecerse frente a ella el mismo espectáculo que venía soñando desde hacía quince noches: ni falta hubo de decirlo. La Virgen estaba lista y sin mediar palabra subieron al campanario improvisado que se encontraba en el techo de la casa de quien, durante casi medio siglo había sido la autoridad religiosa y social de ese lugar.

Al escuchar las campanas Antonio supo que lo que más temía al fin se había cumplido: abrió los ojos y observó cómo toda la gente abandonaba sus labores y casi despavorida se enfilaba hacia la plaza. Varios pasaron a su lado sin notarlo, sin perturbarse por su desnudez; iban absortos en un ensimismamiento propio de quien ve cumplirse subiendo el vadito, recto tres cuadras y en la cuarta a la izquierda, su más grande deseo. Lentamente procedió a recoger sus pertenencias y lo primero se calzó sus cacles; luego el resto de la ropa en un ademán que, si alguien hubiera tratado de descifrar, pensaría que denotaba indiferencia; pero Antonio estaba profunda, mortalmente triste.

Dentro del desorden general, Luz trataba de encontrar a Antonio. Las palabras que él le había dicho le traspasaron el corazón, y ahora creía comprender que no podía vivir sin él. Para ella, el arribo de Antonio al pueblo fue un ventarrón que de golpe abre las ventanas y renueva el aire viciado en un segundo. Acosada desde la secundaria por José, ella se resignaba casi, a una vida tranquila y sin sobresaltos. No conocía el amor, y por lo mismo, no sufría. La vida seguía su ciclo.
La primera vez que lo vio fue en la tienda de Doña Amadita; él compraba un kilo de huevo y ella quedó casi estática al verlo. No era la primera vez que veía hombres de fuera, pero él poseía una belleza particular, acaso el oscuro encanto de la indiferencia, acostumbrada, como ella estaba, a ser el objeto de chiflidos y piropos. Él la ignoró casi por completo sólo regalándole un “buenas tardes” que en la cortesía llevaba la penitencia. Varias veces volvió Luz, pero nunca lo encontró, hasta que de boca de La Chole se enteró que su nombre era Antonio, que era carpintero o algo así, y que estaba viviendo en la casa de Don Ambrosio, el encargado de tallar la imagen de la patrona del pueblo, luego que la antigua fue robada por dos gringos. Según parece ayudaba a Ambrosio en esta tarea, aunque si quería conocer la opinión de Chole (que no quería, pero qué remedio); era “medio para allá” pues no hablaba con nadie y más bien, frecuentemente se le veía bañarse “totalmente encuerado, Luchita…” allá por el vado. Desde ese día a Luz se le clavó una espina en el cuerpo, y se propuso por alguna razón ir a casa de Don Ambrosio con algún pretexto; cualquier pretexto.

Francisco estaba entre las cañas cuando lo oyó acercarse. Entonces y casi por instinto se agazapó esperando ver emerger ante sus ojos cualquiera de las imágenes a las que estaba acostumbrado: Un grupo de lavanderas que iban a la poza para enjuagar su ropa, un arriero que pasaba con relativa frecuencia, sus hermanitos yendo a robar los higos de Chabelita y Vicente… Nunca se esperó ver a Antonio encaminándose a un recodo que hacía el vado, más allá de cualquier campo; y lo siguió más por curiosidad que otra cosa, saltando entre los matorrales y caminando silencioso como un felino nocturno entre las ramas. La tarde moría y el cielo entre azul y violáceo le ayudaba a esconderse; entonces Antonio se detuvo y comenzó a desvestirse. Cuando lo hubo hecho, se acostó en el lecho del río permitiendo que el agua corriera sobre, bajo y al lado de su cuerpo, llevándose los residuos de madera que el día le había impregnado. Conteniendo la respiración, Francisco contempló aquella escena y cuando después de poco más de media hora Antonio se incorporó al fin, sin saber cómo ni porqué, sin comprender si era un sueño o realidad, salió de su escondite y se aproximó a Antonio, quien se limitó a esbozar una sonrisa que Francisco quiso interpretar como un saludo…
Ahora que sonaban las campanas por todo el pueblo, Francisco comprendió finalmente lo que desde un principio le había anunciado Antonio: el amor como todo en la vida, excepto Dios, tenía un fin.

Antonio abandonó esa misma tarde el pueblo, tras recibir su pago de Don Ambrosio. Salió en dirección al sur pero su camino como su vida era incierto. Sabía que llegaría a otro lugar, amaría a alguien más y sería amado; pero también sabía que sólo Dios es eterno y que tarde o temprano acabaría sintiendo nuevamente el vacío propio de quien ha decidido vivir para sí mismo. Nadie lo siguó y nadie se dio cuenta. Desapareció de la vista entre una leve nube de polvo amarillo.

Era dieciséis de julio y Tetelcingo estaba de fiesta.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Nostalgia de ayer

Esa jodida ansiedad.

Maldita perezosa. Una tarea se vuelve interminable: un descanso es una búsqueda histérica e infructuosa. Una acción cuesta horas, días, meses de planeación y se va a la mierda en unos instantes porque alguien no reservó, o por cualquier cosa. Uno ha de llamar por teléfono, confirmar con sus amistades; pero eso no es lo peor, ni siquiera lo malo. Lo malo, lo verdaderamente jodido es hacer cosas incompletas, que te distraigan a poco de tu gran vacío, de esforzarse recio para salir de una cotidianidad que no satisface (creo firmemente que hay cotidianidades que satisfacen), de sentir siempre lo incompleto que está uno, de que siempre le fata un pedazo. Nunca está uno bien, en paz, tranquilo.
Creo que lo jodido es saber que la vida de uno pudo ser mejor, que lo vislumbra uno y sin embargo estira la mano y nunca llega. Tratar de asir lo que por alguna (se intuye cuál) razón es inalcanzable y saber con certeza que lo que se desea está al alcance de la voluntad... Y no tocarlo. Lo jodido es ser plenamente responsable del aquí y ahora.

Pero más jodido aún es que ayer no era así.


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sábado, 10 de noviembre de 2007

¡gracias, mano!

"Tengo una soledad tan concurrida, tan llena de nostalgias y de rostros de vos, de adioses hace tiempo y besos bienvenidos."

-(me la dijo) Benjamín. A saber de dónde la sacó, pero eso en todo caso es irrelevante.